martes, 1 de abril de 2014

PRIMER CURSO ORTHOMOLECULAR


Estaba de regreso en Córdoba. Mientras tomaba un café, respiraba hondo y pensaba: "Ya estoy aquí. ¡Lo he logrado! Podré hacer el curso orthomolecular.” 
Entonces no sabía todo lo que pasaría en esta primera etapa de mi formación profesional.
Llegué temprano al hotel. Recuerdo haber explicado, por lo menos 6 veces, por qué haría el curso ortomolecular, ya que no era médico. Les parecía descabellada mi participación.

El primer día se habló de la estructura celular y de los radicales libres. Aunque el tema no era nuevo para mí, los tecnicismos me hacían perder la hilación de la clase. Preguntaba cada vez que no entendía algo, pero mis preguntas comenzaron a incomodar a los asistentes. De pronto una señora me pregunta, Y tú, ¿qué especialidad tienes?  Yo muy nerviosa le respondí, "Soy esteticista".  Se produjo un silencio sepulcral en la sala. Recuerdo ver el rostro de mi profesor con cierto aire de autorización ante mi respuesta, como animándome  a continuar con mi explicación. Entonces continúe, "Estoy aquí, porque necesito entender cómo se desordena molecularmente nuestro sistema, para poder orientar mi trabajo de la mejor manera y buscar soluciones posibles, reales y de la mano de profesionales como tú".  Ella muy alterada respondió, "¿Una esteticista? Pero ¿qué es esto?  ¿Este no era un curso para médicos?

Ante la mirada de desaprobación de los demás compañeros, nuestro profesor agregó: "Mirá, este es un curso para el que quiera aprender la complejidad del desorden celular. Nuestra compañera del Perú no hará nada invasivo, ese es nuestro compromiso". La sala permaneció unos minutos en silencio y el profesor continuó con la clase.

Mientras salía del aula quise agradecerle al profesor por su apoyo. Muy argentino él, tenía un porte de artista, la sabiduría de un genio y la impaciencia de un hombre de 55. "Hola doctor, ¿le podría invitar un café? Me miro con curiosidad y respondió, ¡Vaya tarea que tenemos eh peruanita! Esperáme unos minutos y vamos por un cortado".

Tenía muchos libros y su inseparable maleta. Llegamos al restaurante. Tenía tantas preguntas y no sabía por dónde empezar. Él hablaba del clima, yo hablaba de cómo se oxidaba la vitamina E. Él me hablaba del Paraguay y yo preguntaba si era cierto que la vitamina B engordaba. De pronto hubo un silenció y dijo: "Mirá peruanita, una pregunta más y cada respuesta te costará 10 pesos". Reímos largamente.

Llegué al hotel, tenía que estudiar. El profesor me había dicho de qué se trataría la clase del día siguiente y yo tenía que estar preparada. Esa noche no dormí prácticamente nada, caí rendida con el ipad en las manos, y en la cabeza la última frase que me dijo el profesor "Peruanita, a ver si no se arma un quilombo mañana y tu amiga, la chilena, te vuelve a dar lata".

Yo había llegado a Córdoba a estudiar, a aprender y no iba a desaprovechar esa oportunidad. Fue una semana sin dormir, de muchas preguntas y grandes respuestas, de muchos cafés y largas caminatas. Tenía el mejor maestro que hubiera podido imaginar. 
Mientras nos despedíamos todos los participantes, veía que entregaban información de un curso nuevo. Este curso duraría un año y era dictado también por el Dr. Concolino. Yo quería ir a ese curso, quería continuar aprendiendo. Comencé a buscar con la mirada al doctor. De pronto, lo encontré, estaba parado de tras de mí, me sonrió y dijo: "Lo voy a consultar. "Si todos mis alumnos fueran tan entusiastas como tú". Lo voy a consultar pero no te prometo nada".


ESPERANDO RESPUESTA DE ASUNCIÓN........

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